Hubo perros aquí,
aún pueden verse huellas atenuadas de su furor,
fueron hijos tempranos de la domesticidad
de la que más tarde abjuraron,
por eso estos detritus, este odio fósil
perpetuado en espuma de acusadora arqueología,
inmensas nieblas de figuración mezcladas con experimentos
de dignidad dudosa, mil razas asomadas a la estrecha
rendija evolutiva y una catarata de uniformes
de rococó inmaduro degradaron al canis lupus germinal,
tal vez ellos sucumbieron a la buena fe que vieron en los ojos
de un niño desnutrido al que aceptaron como uno más de la jauría,
más tarde soportaron sus caprichos
y hubieron de esconder el natural de fieras nobles
cuando el miedo sustituyó la jerarquía
por una caprichosa potestad.
Hoy ruedan sus ladridos por el canchal y tienen
la sonoridad ambigua del aullido
de los fantasmas de Pink Floyd.
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