. . . + y aunque llegamos a salir
llevados de la mano por la luz del alba
son nuestros ojos quienes hacen clara la oscuridad,
el humo de la pólvora y el acre olor de la explosión
se suben al reloj cenital del mediodía con cara inexpresiva,
algo hartos de nosotros, tal vez avergonzados,
aventurando que estos signos nos acompañarán ya de por vida
con ruido y furia -poca ya-, abandonados
a la inercia bobina de las mañanas de domingo,
y la música, la inagotable murga del dolor vertido
desde altavoces laicos atorados de repetición
se disfraza de recuerdo
y nos obliga a canturrear mientras completamos los peldaños
que llevan a la acera de la otra realidad,
igual que el agua del mar llega a la playa
arrastrando un rumor que la resaca promete hacer eterno.
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