Leí en aquella selecta antología
algún poema de lenguaje ancilar, sumiso, sin historia
pero con una narración sonora haciendo la segunda voz,
llevaba al cuello una bufanda de humo
y por el hueco que marcaban las pausas
asomaba un hilo argumental, aunque no el argumento,
todo reducido a luz, a párpados obligados a bizquear
y a formas indefinidas o dejadas
al olfato inquisitivo de la excitada percepción,
al lado izquierdo el artificio del original
como una piedra rosetta sin traducir
y al derecho el estancamiento del idioma
llevando a máximos la toxicidad del agua mansa.
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