martes, 4 de marzo de 2025

Tembló su corazón como un minúsculo hipocentro cuando sonó el teléfono y oyó aquellas palabras que certificaban el final; un final feliz, decían, pensando acaso en beneficios potenciales para una futura operación más ambiciosa; la bola iba creciendo y su tamaño apenas si dejaba ver el sol, aunque todavía nadie era inquilino permanente de la sombra

 



No es eso, no,

mejor pensado, no es eso lo que busca,

que no se venda, no, perder la casa, el aire y el paisaje,

arrancarse de golpe, de reíz, que todo quede

colgando del alar, como encriptado, apenas reducido

a un papel escrito con letra capital y signatura de notario, 

dime, ¿es esto lo que quieres,

de verdad quieres que suene la voz vacía de la casa,

que los objetos sin valor ardan y vuelen

y los muebles pesados se te queden mirando?

¿ves? nos abandona, nadie diría que pasamos juntos

los alpes con Aníbal, la posguerra, el ciego aniversario

de la memoria horizontal, toda una infancia envejeciendo,

ese sofá, la silla baja, el taburete donde se apoyaba 

el barro oscurecido de la olla, el ventanal asomadizo

para mirar a las cigüeñas y ver salir el sol, 

pero ya no hay luz, ¿cómo es la luz cuando no hay casa,

seguirá siendo azul al despuntar o malva hacia poniente 

o roja en la barriga de las nubes?

la luz no volverá, te queda sólo el beneficio mercenario

de una intemperie huérfana, el bostezo redondo de la nada.



Zona B:

¿A dónde mira ese que alude a la tercera guerra mundial? El niño palestino ya la vive. No es la primera, la segunda o la tercera, es la única e interminable guerra con que la vida le recibe y le ha de acompañar hasta el final si la justicia no pone remedio a la barbarie.

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