Ahora piensa, solitario, que lo mejor es esperar,
se sienta arriba, en el perfil de la colina,
y con el sol detrás, ya bajo,
parece una postal en blanco y negro
o la toma fugaz de una película
cuando se buscan exteriores,
abajo, por el valle discurre una tranquila carretera
por la que nadie pasa salvo algún carro de bueyes
o la furgoneta del reparto,
le gusta este lugar desde el que se abarca todo el valle,
sentarse bajo el árbol singular que crece arriba
y quedarse mirando, una hora o más, nunca las cuenta,
piensa en los dilemas que plantea
la letra bastardilla de ese libro alemán mal traducido,
sobre todo al leer los cometarios del editor a pie de página
sobre lo azaroso y lo casual,
de pronto se oye un fuerte choque de metales
y ve que el coche del reparto se ha empotrado
contra el único tractor que hay en el pueblo,
el coche acaba ardiendo y él sólo se pregunta
a dónde irá a parar todo ese humo.
Zona B:
Volverá a haber primaveras dorándose en las playas y la piel de los bañistas será blanca hasta que la queme el sol, nunca morena por origen, (Hitler también los prefería arios). La Riviera de Gaza, el espolón final que dará un curro esclavo al palestino que haya escapado al genocidio y al destierro.
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