He vuelto a abrir esa ventana
por la que entró el pájaro mudo,
ahora el frío ya no entra, se entretiene escuchando
la deshilachada música
que la tela metálica oyó decir al pájaro,
se queda ahí, pulsando con dedos ateridos
la diminuta hoguera del saludo
y el petirrojo se aprovecha
de la contemplación para sentarse
a desayunar conmigo, con promesas
de acabar aprendiendo a conversar
a cambio de unas clases de cocina.
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