Ese crimen pequeño,
filosófico y simple,
calculado hasta el mínimo detalle
sobre el tablero oblicuo del estudio
para que crezca lentamente en el cemento
como un capricho de la primavera
y mantenga la apariencia de rosal silvestre
asomado al borde del camino,
sus púas tienen la curvatura justa
del arbotante subjuntivo
para dispersar sin daño el peso muerto
de conjeturas y sospechas,
y su hermetismo oculta cualquier resquicio
de complicidad igual que el eco llena
de relumbres verbales el silencio.
Se cubrirá al final de flores tan sencillas
que nadie pensará en la sangre
como el necesario maquillaje
para alegrar los tonos del cadáver.
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