El duende petirrojo asomó tras el cristal,
fuera el aire daba vértigo,
tan frío como un mantel de nieve,
abrió muy despacio la ventana
pero el pájaro voló hacia atrás
y sólo el frío se coló por ella,
cuando terminaba el desayuno
entró también el petirrojo, sus ojos
eran dos pepitas negras, él pensó un saludo:
espléndida mañana, pájaro, más fría
que un ojo de cabra, pero tan luminosa...,
dejó sobre la mesa las miguitas
y la costra de azúcar que había raspado del bizcocho,
su mirada fingía una afectada distracción
pero seguía con mimo cada movimiento
de su invitado no cantor, en su cabeza
revoloteaba una obsesión:
si el rito se repite cada día
de algún modo este pájaro mudo
acabará contándome su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario