De ahí viene el ruido, del lado incómodo del sueño
que se resiste, que no se decide ni por este ni por el otro amanecer,
los olores llevan despiertos varias horas, dudan
si seguir pudriéndose en silencio o reventar como fuegos
artificiales de frescor,
sin esperar a que vuelva a ser de noche, llega
por el pasillo el péndulo precavido de unos pasos
que no quieren molestar, pero molestan con un sigilo exagerado,
parten en dos la tabla de la neutralidad y no consiguen
llegar a tiempo para activar el mecanismo
de la alborada, sufre
toda la estructura de esta torre silenciosa de babel,
ella tan sólo regurgita unos sonidos de onomatopeyas
o retazos de idiomas prehistóricos,
pero de pronto se abre paso el aroma del café,
tan negro y cálido como el regazo de una madre antigua
cuando el cariño aún no tenía
palabras para manifestarse porque era un bloque monolítico
y el sol descorre la cortina
con la cara de imbécil resignado
que prescriben los emoticonos.
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