Al despertar llegaba
con el olor mohoso de los lunes
aquel emblema alimentario del tebeo
con el pan sobre la jarra y una telaraña que adornaba
de pereza y polvo las esquinas del ventanuco de la celda,
nunca se dejaba ver el rostro del penado
y apenas la apatía de un repetido calendario
se insinuaba ante sus ojos ciegos,
baja a desayunar, decía sin hablar el péndulo
de una voz cansada aunque rellena
de enérgica armonía, si no llegarás tarde a la escuela,
y abajo en la cocina ya estaban esperando
el pan, la jarra y la pereza laboriosa de la telaraña
para llevarme de la mano a la prisión.
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