En el invierno los carámbanos
suspendían prudentes su puñal
cuando se acercaba al rio con el cesto de la ropa sucia,
manos moradas de atizar el fuego
con la carcajada del puchero perfumando
de humor serio hasta el último rincón de la cocina,
luego los hielos y los sabañones
se encargaban de imitar las flores
humildes de la primavera, con la precisión del ciego
que nunca acierta a ver pero tantea
con el amor cifrado del bastón los bordes
tan hondos que sus pies dibujan
en la tersura de la nieve.
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