Sumido en el invierno rememoro
la fiereza del tojo, cuando el ave
no cantora se entretiene picando
sus flores amarillas y abandona en el aire
un par de notas falsas como queja
por su agresivo adorno sin semillas,
belleza montaraz la suya
sin la educada cortesía de la flor
que nunca oculta sus defensas, ella
se guarda así de ciervos y de cabras
y el monte sabe que esa arisca belleza
es la única posible para revestir de gloria
los pocos días de esplendor que darán paso
al escozor de las espinas.
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