miércoles, 8 de diciembre de 2021

Nadie nos va a creer



Aquel puntito 

que veíamos brillar por el camino de la vega

era un segador con la guadaña al hombro,

el sol caía casi vertical sobre el pulido acero

y multiplicaba el haz de luces que nosotros 

confundíamos con el vaivén incierto

de una herida del aire enfebrecido por la canícula de julio,

pero, al ir progresando, la distancia

no tuvo más remedio que bajarse 

del burro y concedernos una duda cercana

a lo que los ojos ya creían entrever,


la gracia estaba en ese toque de los dedos en la espalda 

animándonos a secundar el juego

que proponía la imaginación, (no hay nadie

capaz de hacerse un hueco en ese lado plano de las cosas

cuando están de frente, salvo si rasgamos

la seda gris del aire y nos dejamos llevar por él hasta situarnos

a la espalda de todo).

 




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