viernes, 17 de diciembre de 2021

De excursión a la Estigia

 


Miró el mapa, la Estigia no quedaba lejos,

recordaba haber estado por allí 

cuando su padre cosechaba

mariscos muertos para sus alquimias,

tal vez un día de calor, un picnic sofocado

entre investigación y moscas podía dar la clave

para acceder a ella sin el riesgo de adicción que todos afirmaban,

llevaría comida y un mantel estampado, -en Virgilio las flores

transformaban los yermos en Arcadia-, y encendería un fuego

donde quemar ramitas de incienso marroquí

para ahuyentar la nube de mosquitos

que se alza con la calma del atardecer,

en la arena de la orilla aún podían leerse los hexámetros

tan declamatorios que escribió su padre

para ocultar el miedo: sirva de óvolo

el corazón de estas monedas

fundidas con el calor extremo de tu aliento,

oh eterno mantenedor del fuego,

con el flujo y reflujo de las aguas

se formaba en la arena una corteza de resina azul

idéntica al cristal que los arúspices 

usaban para hurgar en las entrañas del animal sacrificado.

Por la noche, tras echar la cremallera de la tienda,

se colocaría una moneda sobre los párpados cansados

para que el guardián Caronte no turbara su sueño 

con cuestiones de aduanas o de impuestos.



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