Hubo un tiempo
en que al tomar la carretera
para llegar al Pando te daba por pensar
si tus antepasados fueron favorables
o contrarios al proyecto que al final se llevó a cabo,
en invierno con la nieve
encontrar el trazado era como jugar al ajedrez con el abismo,
las canciones de ciego que sobrevivieron al acero
de las navajas y el silencio
hablaban de sentido común como si fuera
la regular cosecha de los años anteriores al luto del rencor
y se ensalzaba el estoicismo
de la inicial calzada que el ingenio romano y el esfuerzo bárbaro
fundieron en el yunque del enfrentamiento,
así sonaba el río precursor del cauce paralelo
a las losas de pórfido y caliza por donde intentaban progresar
los sueños simples de una gente ansiosa por llegar a tiempo
al horizonte despejado del otro lado de la panda,
entre salgueras y libélulas, justo
el ancho suficiente para un carro y la velocidad
adormilada de las vacas como promesa de una eternidad
dividida en etapas,
pero se fue secando aquella rama del roble antecesor
y las canciones de ciego se apagaron
como la llama de un candil al que racionan el aceite,
hoy nos queda la empinada cuesta y la crudeza de la incertidumbre,
no sabemos
si es mejor sudar en la subida
o someterse al musgo de la umbría
para justificar nuestras banderas.
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