al entender que sólo es oro aquello que alcanza la explosión del amarillo en el interior oscuro de la tienda de campaña.
Las horas lentas del mirón provocan
un prurito venial sobre la piel,
suele ocurrir cuando se sienta
a escribir y no encuentra la forma
de traspasar las luces negras al papel
que espera como un corazón enfermo
sobre el mármol urgente de la mesa,
las luces negras iluminan el misterio
como ejercicio de una rutina familiar,
marcan perfiles huidizos y avanzan muy despacio
para llegar más lejos, incluso por encima de los límites
que el espacio impone a los amantes
de la soledad apretujada,
tener la piel sensible es privilegio
de los seres predestinados a sufrir
el espolón de la belleza, sabiendo de antemano
que ella nunca ha de visitarles
sino como concepto.
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