El límite
del conocimiento
no está en lo que la vista alcanza a ver
ni en lo que el tacto reconoce
como algo vagamente familiar,
palpamos o miramos
desde la oscuridad, temiendo el filo
de lo que la novedad esconde,
por eso siempre
la vista va delante de los dedos,
la flor anticipándose a la espina,
igual que el pájaro
que ni se deja tocar ni ver,
pero se intuye
como el perfume de las rosas.
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