Sorprender a Schubert
desenredando la sonata para piano
nº 21 en si bemol mayor, -qué grande
debe ser el mundo del sonido
para diferenciar un sí mayor
de otro menor, contando
con que el bemol lo ablanda todo
y que el "si" o el "no" sólo suponen
un pequeño matiz frente a la inmensa
posibilidad sonora de la duda-,
subo despacio la escalera
de su allegro menor, contando
los peldaños de acero de las cuerdas
del piano, y llego
hasta la gloria del cansancio, cómo añoro
el tostado color del oro
de la piernas de las majorets, bailando
como los dedos del pianista,
pero he de detenerme a descansar,
aún quedan
otros tres movimientos y mi pulso
ha alcanzado una cifra amenazante
para corazones fatigados.
Si Schubert leyera el poema, seguro que se pondría a componer con mucha más motivación, para ver si a cada composición le seguía otro magistral poema.
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