Se ve a lo lejos
un ramaje móvil, la excrecencia
de algo virgen, aunque no verde,
-lo verde se conoce por el peso
de sus efluvios, huele a charca
igual que el moco vivo de las ranas-,
no es el barbado liquen que se cuelga
del lado norte de las hayas
ni la avanzada agreste del tomillo,
podría ser la cuerna fugitiva
de un venado oculto,
su lugar es alto,
muy cerca de las crestas donde anida
la vibración calcárea de la luz, encima
de los cordones de caliza
que rotulan el monte con paralelas y borrones,
alguien experto en música
podría trasladarlo al papel como un sonido
y conservarlo vivo
en el amor de un pentagrama.
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