viernes, 7 de octubre de 2022

Sin memoria no hay vuelo

 


                  (Evanäscente)


Cuando me dirijo a ti 

debo confiar en la memoria, 

se olvida pronto lo que no se ve,

ando ahora

en esa disyuntiva entre tomarte en serio

o imaginar que estás en mi cabeza

en forma de dolor, como habitante ingrato

al que sólo disipa la aspirina,

muchas horas holgando en el bochorno

tropical de sensaciones blandas, sin la urgencia

de recurrir a la palabra para probar que se es

y percibir el eco regresando a tu oído, 

aquí todos hablamos con los ojos, 

por ejemplo Adán, él es algo

que se da por supuesto, aunque no esté,

menos claras son las ausencias de Caín o Abel, 

o las idas y venidas de las niñas 

a las que nadie puso nombre y hacen 

del tiempo una guirnalda,

sólo te llegan sus miradas con esa carga tibia

de imbecilidad o pasmo

que renuncia a ir más allá del rodal de sombra

del banano que les da cobijo,

supongo que ellos pensarán de mi lo mismo, miramos 

el mismo espejo con dos caras de idéntico bruñido,

todavía me río al recordar

el gesto de estupor de Adán cuando una cebra

le estampó en la frente una certera coz

mientras trataba de ahuyentar las moscas

con una rama de sabina, no entendía

que el celo la pusiera tan nerviosa, 

le dije:

es un modo sutil de seducción, 

pero él no es tan sensible a las señales

como la flor de la mimosa al abejorro libador,

la soledad nos une

con el mínimo perfume de la vecindad,

pero dejamos

que el aire purifique los momentos más cercanos

usando si es preciso la rama de sabina.


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