(Evanäscente)
Cuando me dirijo a ti
debo confiar en la memoria,
se olvida pronto lo que no se ve,
ando ahora
en esa disyuntiva entre tomarte en serio
o imaginar que estás en mi cabeza
en forma de dolor, como habitante ingrato
al que sólo disipa la aspirina,
muchas horas holgando en el bochorno
tropical de sensaciones blandas, sin la urgencia
de recurrir a la palabra para probar que se es
y percibir el eco regresando a tu oído,
aquí todos hablamos con los ojos,
por ejemplo Adán, él es algo
que se da por supuesto, aunque no esté,
menos claras son las ausencias de Caín o Abel,
o las idas y venidas de las niñas
a las que nadie puso nombre y hacen
del tiempo una guirnalda,
sólo te llegan sus miradas con esa carga tibia
de imbecilidad o pasmo
que renuncia a ir más allá del rodal de sombra
del banano que les da cobijo,
supongo que ellos pensarán de mi lo mismo, miramos
el mismo espejo con dos caras de idéntico bruñido,
todavía me río al recordar
el gesto de estupor de Adán cuando una cebra
le estampó en la frente una certera coz
mientras trataba de ahuyentar las moscas
con una rama de sabina, no entendía
que el celo la pusiera tan nerviosa,
le dije:
es un modo sutil de seducción,
pero él no es tan sensible a las señales
como la flor de la mimosa al abejorro libador,
la soledad nos une
con el mínimo perfume de la vecindad,
pero dejamos
que el aire purifique los momentos más cercanos
usando si es preciso la rama de sabina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario