jueves, 6 de octubre de 2022

Un paño húmedo en su frente



                       Julia, única hermana

 

Hace muchos años

en el oleaje turbio de la adolescencia

el mar se llevó una concha

que previamente había desechado

en la playa glacial de la posguerra

tras despojarle de su perla,

llegó subiendo igual que una marea,

lo mismo que la fiebre o la oscuridad

tras el ocaso,

todo lo deshojó, la sombra blanca del espino,

la sonora huella que dejaba

el piar de los gorriones, el rumor de selva

de los años sin granar,

                                          entonces 

el dolor aún no tenía cara, aunque a veces

se dejaba sentir

en la rigidez de las articulaciones o en la palabra 

festiva que se quebraba entre los labios, 

pero sin llegar al alma, el frío era un ensayo

para acostumbrados al invierno

y no tenía parangón con la quietud tan prolongada

de los latidos, atentos sólo

a señales traídas por el aire desde el lado norte,


yo no lo vi llegar, fue un halo

de contrición sin culpa, lo mismo

que el veneno vertido en el oído

del rey durmiente, la asechanza

contra una Ofelia virgen que no ha sido

capaz de emanciparse de la edad del juego

sin apuestas, pierdes siempre y al perder

haces que todos pierdan

en proporción a lo empeñado 

frente a la usura secular,


fue un verano breve o primavera

mal alimentada que prolongó su espasmo

entre sofoquinas y calambres, luego

la medicina torpe de la nieve jugó con el termómetro,

la luz se fue atenuando

y el olor salado de las lágrimas

me hizo despertar a media noche, 

no recuerdo más:

la danza medieval juega con negras

y las blancas, cercadas, abandonan.


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