Salí al campo, atravesé los prados
y terminé internándome en el monte,
y qué había allí, cenizas
de mi incendiada imaginación, veía
algo con vestido rojo, yo creía que el blanco
era su color, que reemplazaba telas
brillantes por aromas a piel y a veces
a sudor y a esfuerzo, palabras imposibles
para definir la confusión; se puede
oler el miedo y el valor, pero no hay nada
que nombre los efluvios asociados
a la indiferencia, que no seas visible
aunque te dejes la piel entre las uñas
de tus espinas familiares,
busqué las abultadas incisiones
en la corteza blanca de los abedules
y nada,
las huellas en el barro de las fuentes,
pero las pezuñas se hunden tanto que se hacen ilegibles,
y al frotarme el cansancio de los ojos
surgen esas luces fatuas que ni afirman
ni niegan pero te muestran el vacío.
Volvemos solo para afirmar la certeza de que son y somos menos,pero volvemos, es lo que importa.
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