Los casi diez minutos que duró la espera,
la rigidez del gesto, el mimo blanco
sobre el trípode de las adivinaciones,
al final llegó el pájaro con su desconfianza familiar
abierta a todo como un rosal de mil espinas,
no se escuchó el suspiro ni se aceleraron los latidos en la piel,
seguía el mimo con su cara blanca,
la desesperada espera del no pájaro,
-cualquier matiz emocional provocaría el desmoronamiento-,
la ropa vuelve a ser de calle, los ojos se distraen
y entre las ramas vuelve a ser el gorrión quien se declara agradecido
por los granos de alpiste que dejaste sobre la liga-trampa
destinada no a él sino al jilguero.
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