De ahí viene ese amor,
un obituario lo ensalza como égloga anacrónica,
presume de tener una mirada fría capaz de modelar el hielo,
parte del estrépito animal, lo domestica y lo convierte
en contemplación, nunca teoriza
ni especula con la claridad, guarda silencio
y lo mira todo a contraluz a través de una piedra de amatista,
se entretiene desflecando el incómodo tapiz
que ha ido resumiendo en hilo el coloreado embuste de la vida,
nada hay que esperar de ese ojo de pintor
que lo ve todo con la frialdad de llama dibujada,
lo mismo ocurre con la noche que nació con nombre
y hoy nadie la recuerda.
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