Cuando ya había prescindido de sus ojos
Edipo adelantaba la hora de dormir,
pensaba que la soledad tiende a alargarse
si no hay un algodón que le detecte algún color
ya sea de suciedad o de rubores,
le decía a Ifigenia: no hagas ruido con los platos,
mejor fregar por la mañana cuando el temor ya se haya librado
de la infinita noche,
que el incienso de tu devoción no huela a nada,
en Tebas aún resuena el griterío de la gente,
nunca sabes si te siguen aclamando
o si maldicen la tempestad de tu destino,
la misma fuerza demostraste para matar a un rey
que para violar el sueño de una madre.
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