sábado, 18 de noviembre de 2023

Lo que llamaron pruno real se ha ido despojando de lisonjas y ha quedado en simple endrino, sus ramas verdes pasaron a ser malva, después mezclaron con el amarillo macilento, los zorzales visitaron su despensa y con las últimas heladas sus ramas se han ido despoblando, igual que el pueblo, del mismo modo que la iglesia tras el último sentido funeral, como los labios de la gente que ya apenas murmura (para qué, si la vecindad se ha distanciado tantos metros que a nadie llega tu saludo); a propósito del endrino (prunus spinosa): hoy he visto caer su última hoja

 




Durante los días del verano

he recorrido el campo en busca de ese error

que los observadores iluminan como un dibujo medieval,

un dragón pacífico pastando en las praderas en medio de las vacas,

y dónde está el error, me he preguntado muchas veces

al contemplar ejemplos de la llamada imperfección,

la naturaleza enferma como muestra de sumisión a circunstancias malvenidas,

una sequía prolongada haciendo amarillear el verde,

la plaga de pulgones sobre un joven rosal, el escarabajo de la patata

capaz de malograr una cosecha,

¿todo ha de discurrir estrechamente sometido a la precisión del número,

que a los marcos del canon nunca asome la desmesura del barroco

o la delgadez extrema de lo elemental,

que al coro armónico de pájaros, al viento entre las hojas

o a la cadencia del arroyo nunca llegue el estrépito del trueno

o el bramido sin riendas del incendio?

hoy sigo pensando en el error y creo sin demasiada convicción

que el error llega con nosotros,

por eso cuando nos ausentamos en invierno

el campo recupera su apariencia de perfección soliviantada.

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