Durante los días del verano
he recorrido el campo en busca de ese error
que los observadores iluminan como un dibujo medieval,
un dragón pacífico pastando en las praderas en medio de las vacas,
y dónde está el error, me he preguntado muchas veces
al contemplar ejemplos de la llamada imperfección,
la naturaleza enferma como muestra de sumisión a circunstancias malvenidas,
una sequía prolongada haciendo amarillear el verde,
la plaga de pulgones sobre un joven rosal, el escarabajo de la patata
capaz de malograr una cosecha,
¿todo ha de discurrir estrechamente sometido a la precisión del número,
que a los marcos del canon nunca asome la desmesura del barroco
o la delgadez extrema de lo elemental,
que al coro armónico de pájaros, al viento entre las hojas
o a la cadencia del arroyo nunca llegue el estrépito del trueno
o el bramido sin riendas del incendio?
hoy sigo pensando en el error y creo sin demasiada convicción
que el error llega con nosotros,
por eso cuando nos ausentamos en invierno
el campo recupera su apariencia de perfección soliviantada.
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