sábado, 9 de diciembre de 2023

Abrid al menos las compuertas para que el dolor no se coagule y acabe rebasando el perfil del monumento universal a la barbarie, aplacad como sea la ira, la crueldad y el odio de ese abominable diosecillo que ha pretendido detener el sol en pleno día, lo mismo que Josué, para que diera tiempo a los misiles a arrasar Jericó a la que hoy podría confundir con Gaza

 




Será preciso conjurar las figuras no actuales

o darles la apariencia de algo de hoy, ha pasado el tiempo

y su mensaje ya no sirve, comunica blandura y pudrición,

el hermoso almacén de la leyenda

ha perdido la consistencia de la pulpa 

y no alimenta al hambre de hoy, desechémoslo pues,

vemos un vaho de humedad velando los cristales,

pero nadie mira fuera y dentro ya todo está visto,

la fruta se ha podrido, los tubérculos que nos regaló Perséfone, 

las nueces musicales que algún fauno menor nos aproxima

como alimento bipolar, los puerros convertidos en serpientes, 

la liviandad de las manzanas aportadas por la religión

o el trigo cultivado por los herederos de Caín, 

todo eso está prohibido, se ignora lo que no se come

y lo que no puede comerse debe arrojarse lejos

igual que los venenos,                                     


nos llega aquí

un olor agudo, la acidez del pulso interrumpido

en las arterias palestinas, arde un hormigón aciago,

escombros musicales acompañados de explosiones,

de ello habló también Uccello, cuando los condotieros

arrasaban tierras de labor e incendiaban las casas

para iluminar el mal nocturno, dejó en los muros testimonio,

aunque lo más feroz de su recuerdo lo plasmó en la tela

para esconderlo de las llamas y hurtarlo a las miradas

de los gobernantes cuando acudían a ejercer su religión

transfigurados en verdugos,   

                

sentémonos ahora

a contemplar las ruinas, cantemos el dolor uncido

de los desterrados, al lado del Jordán, pegados a los restos

del fósforo amarillo, palpando los harapos de jersey

con la piel de alguien adherida, hasta las moscas huyen, 

huele a exterminio y a respiradero de sótano con gas,

no habrá ducha hoy, la lluvia que nos cae del cielo trae agujas,

inyectan aire con sabor a diente, como si alguien 

con hambre desbocada te lamiera,

             

pero 

adecentémonos un poco, una dama va a venir,

su peinado de salón ya se adivina tras el zigurat,

le han dado sopa hebrea en Gaza, se la ha servido

el gran rabino de Jerusalén, las filacterias y los rizos

los lucen los del coro, todos uncidos bajo sombreros negros,

después visitaremos Babilonia, nos invita el gran Jerjes

a sus flamantes cámaras de gas, será muy divertido

recordar coincidencias, -la pasarela hierve- desfilará Judit

con la cabeza de Holofernes, Salomé danzará para los viejos,

la mujer de Urías se marcará un pas de deux frente a David

y en el senado se impondrán medallas a los muertos

que precedieron a la tregua,  

                         

ay, si yo fuera

culpable al menos, si tuviera hambre y sed como los justos,

si mi voz no salmodiara suras del Corán, 

versículos sin ley de la Torá, si el mundo fuera plano,

sin dunas ni abultamientos religiosos, si yo fuera testuz de buey,

marfil de diente o rabiosa queratina de pezuña, 

ay, si yo fuera sin ser,

como ahora me ven contra el ensangrentado sol que cae,

efímero recuerdo de mil años, dale cuerda

al reloj de ese linaje antiguo, que vuelva a oírse su tic tac,

que muestre su perfil de espejo y pueda reconocerse en la mirada

recuperada de los hijos, esos que llaman desde el extrarradio

con voces cónicas que no saben decir amor o gracias,

ellas son nuestra Ilíada, nuestra Eneida sin reino.

la definitiva Anábasis que lleva a las orillas de la Estigia,

dónde están los números que lo llenaban todo

igual que las arenas del desierto, la sed bajada por un profeta blanco

del resplandor del Sinaí, dos tablas o cartones

con escrituras encriptadas en las paredes de una casa de Madrid,

Quinta del Sordo, el carnaval de los horrores, brillo en los cuernos

del macho saturnal, carne de niño entre los dientes del chacal,

y arriba, entre los riscos fronterizos, nuestro instinto caprino

ramoneando la nada, mordisqueando papeles 

con documentación adulterada, sin huellas dactilares,

los otros, ellos, han llegado más tarde que nosotros,

hijos de un Éxodo turístico tan maquillado y falso

como el argumento de León Uris, a pesar del azul en la mirada 

de Paul Newman que nunca igualará el azul real

ni el lenguaje sutil del mar mediterráneo.


Llega hasta aquí la sombra de la sinagoga,

iglesias y mezquitas se dispersan buscando piedras

para arrojar sobre la tumba de una tradición,

Toledo queda lejos, ni un cohete de Hamás 

o los misiles de Nabuco podrían alcanzarla, sólo el reloj,

hay que atrasarlo varios siglos para que dé la hora

de la conversación, la lengua espera con devoción de diccionario

a traducirse sola, a confundir babeles religiosas

y difuminar estados que hablan sólo el sefardí de la soberbia

o el enturbiado yiddish del exilio,

volvamos a mirar, tomemos la pluma de ese cuervo 

que garabateó aquella leyenda de Absalón, su orgullo 

colgando de los pelos y una lanza buscando la vereda

que va directa al corazón, los dioses pueden cansarse de nosotros

y cambiar de parecer, David y su arsenal contra las piedras

de los campesinos del desierto, miradlo bien,


bajo la lona de la tienda se apretujan los hijos del diluvio,

Sem, Cam y Jafet, a quién eliges, 

cuál de los tres es rubio, quién hace las delicias de Yahveh,

por qué los vástagos de Agar han de humillarse

ante la grasa del carnero que ardió en la pira

para librar a Isaac de un ominoso parricidio,

                           

vuelve a mirar atrás,

hay luces a la espalda, cobres en el corazón, el candelabro

de los siete brazos se subleva y gira con el fervor del huracán,

sus llamas no se apagan, huelen a mirra y cinamomo

como el cabello de Raquel, el arca de cedro suena a hueco

cuando la golpea la gravilla dorada del desierto, nada

es el mensaje con el que los levitas han tatuado su frente,

la procesión asciende y el mosaico azul de la mezquita

deja sin luz al sol, un polvo musulmán levanta

las vestimentas ortodoxas, hay una clara intención en los balcones,

los arbotantes que dan al callejón lo testifican, 

el parpadeo de oro de las cúpulas traza la parábola

que orienta a los cohetes de Hamás,   

                   

allá abajo

se reparte pan y también agua turbia, 

y desesperanza y miedo y rabia, 

miles de ojos incapaces de perforar el polvo de la última explosión, 

la sangre es roja aunque parece hermana del caolín y la ceniza,

no es posible lavarse ni adecentar a los cadáveres,

más suerte ha tenido esa bomba sucia 

que has lavado con agua del Jordán y has ungido con óleo

para que deslice bien y alcance sin yerro el objetivo, 

no converses con ella, serafín del infierno,

déjala en su nido de metal soñando destrucción,

que acabe estéril y desactivada entre la chatarra del futuro,









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