volvamos a nosotros,
a nuestros lenguaje titubeante del principio,
sentados a la mesa pediremos un blanco
para ver al trasluz el sabor esquivo del marisco,
sus labios entreabiertos con el nácar asomando los dientes,
la salmuera o el pimentón cegando la policromía
engañosa del pulpo, luego alguien
nos dirá la procedencia y haremos de regreso
un viaje diferente, recorriendo calas, asomando a refugios
donde sólo es posible imaginar las horas robadas al recuerdo,
nos quedamos siempre a mitad de camino
con la duda de si eran estos los perfumes
con que se anunciaba el vuelo de la libertad,
alguien se acerca por detrás
con el atisbo de un dolor de muelas
y tarda más de lo debido la segunda ración
y el cielo se nos muestra otra vez nublado,
ya no hay verbo para armar un reclamo,
que se acerque el experimentado pescador
vestido aún con el impermeable de faena,
él hará crecer entre nosotros la fe de los milagros,
la que prefiere palpar la piel rugosa
a la asepsia que guarda las distancias.
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