miércoles, 20 de diciembre de 2023

Me quedé en la puerta sin atreverme a derribar esa última defensa que es el pulsador del timbre; que vuelva en sí de sus arrebatos decimales, que recupere la memoria y la forma original como hace el agua cuando abandona el recipiente a donde le ha llevado su inocencia; el agua guarda siempre en su memoria la jerga de la lluvia sin importarle si ha caído a este o al otro lado de la frontera

 




volvamos a nosotros, 

a nuestros lenguaje titubeante del principio, 

sentados a la mesa pediremos un blanco 

para ver al trasluz el sabor esquivo del marisco, 

sus labios entreabiertos con el nácar asomando los dientes,

la salmuera o el pimentón cegando la policromía

engañosa del pulpo, luego alguien

nos dirá la procedencia y haremos de regreso

un viaje diferente, recorriendo calas, asomando a refugios

donde sólo es posible imaginar las horas robadas al recuerdo,

nos quedamos siempre a mitad de camino

con la duda de si eran estos los perfumes

con que se anunciaba el vuelo de la libertad,

alguien se acerca por detrás

con el atisbo de un dolor de muelas

y tarda más de lo debido la segunda ración

y el cielo se nos muestra otra vez nublado,

ya no hay verbo para armar un reclamo,

que se acerque el experimentado pescador

vestido aún con el impermeable de faena,

él hará crecer entre nosotros la fe de los milagros,

la que prefiere palpar la piel rugosa

a la asepsia que guarda las distancias. 

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