sábado, 16 de diciembre de 2023

Dando por cierto que la negrura alude en el lenguaje del Tarot a la muerte o al menos a sus consecuencias, es posible enfrentarse a cónclaves festivos o aquelarres amañados en fines de semana a los que sólo el aliciente de una sal apócrifa puede salvar de la carcoma de la vulgaridad y el aburrimiento

 




Acudí al festival

en que a los muertos se les daba un nombre

para poder llamarlos a conversación,

una baraja de Tarot y algunas hierbas amargas

servían de alimento espiritual

a aquel cenáculo de acólitos hambrientos,

la belladona coronaba la cabeza de mármol del gran desconocido

y a su alrededor un círculo de lamparillas rojas

contenía el acoso de la oscuridad

que brotaba como respiración de mina del enlosado de la cripta,

se empezaba invocando los truenos del verano

para contrarrestar la atmósfera de miedo susurrado,

y un sonido vibrador quedaba flotando en el recinto

sin permitir apenas la intervención de los difuntos

a los que hablar les suponía un gran esfuerzo,

y todo para añadir un sí o un no a la cantinela

del cofrade mayor que dirigía con evidente aburrimiento

el desarrollo del ritual,

un acólito con sobrepelliz debía mantener su ritmo

para crear un aire de danza religiosa, 

y simular contrariedad cuando, rompiendo el protocolo,

subiera a la tarima a susurrarle: 

no hay agua para el asperges y sólo quedan unos granos de incienso,

esa era la señal para el gran llanto,

hasta el corindón más duro destilaba sangre, 

a todos los reunidos le llegaba aquel mandato de humedad

y se iban desfilando ante la pila bautismal, 

la gran tinaja de la risa donde se increpaba al muerto

y se vaciaba el óbolo de lagrimas antes de pasar por el estrecho pasadizo

del "in paradisum" y salir al aire helado de la calle,

allí ya se podía hablar y hasta encender un cigarrillo

para comentar asuntos del común

que en nada coincidían con los duelos y quebrantos 

que cada cual guardaba en su cocina.

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