Caminábamos a ciegas,
y yo te hablé desde ese blanco algodonoso,
el vaho forma unas palabras increíbles,
te pregunté hacia dónde
y tu dedo señaló al lado contrario del aire que exhalaba el río,
una garza se asustó y siguió el camino que tú habías señalado,
más tarde oímos el disparo,
al parecer el cazador de patos apuntaba a ciegas
pero las plumas caían como nieve sobre los páramos helados,
tal vez la garza se salvó pero me preocupó el silencio
que guardaban los colimbos,
todo el esfuerzo por desactivar ese mortal instinto
queda diluido entre los juncos
cuando la niebla dura más que el recorrido
de los turnos de guardia.
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