En el autobús
admirando el minúsculo martillo
de sofisticada forma que va encastrado en su prisión de plástico
y ha de ser liberado para romper el vidrio
y abrir una salida de emergencia,
el diseñador acaso se empapó de un mal perfume
para colocar su mente creadora a la altura de un dios
en horas bajas, muy lejos ya del manantial del Génesis
en que todo se hacía realidad hablándole a la nada,
potuit, decuit, ergo fecit, se añadió más tarde como copyright,
mis ojos rinden culto al símbolo de Thor, al placer solitario de Vulcano
golpeando el hierro dulce de un engaño que arde aún,
al funcional efecto de herramienta
que un herrero popular destacaría,
pero sigo pensando
que ojalá nunca sea necesario echar mano de él,
pues tengo dudas de su valor y su eficacia.
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