Recostado ahí,
en la barandilla con mirada al puerto,
su impermeable reluce con el sol, en su sombrero
quedan restos de lluvia y de salitre y puede que algo de cansancio,
espera la llegada de otro barco, en los anteriores
no venía él, quizá la niebla de las primeras horas
o sus ojos ya viejos, la costumbre de saludar desde la orilla
y reconocer el mismo gesto, no la indumentaria
ni los compañeros de tripulación,
no le llega su olor, el aire está tan saturado que no sabe
si es temor o desconfianza, o su ancianidad vacía
sin ese apoyo familiar que le releva de tareas fatigosas,
una plata que ya no ganará mirando el vientre de los peces,
irá solo hasta el gran ventanal de la taberna,
se apoyará en el borde mojado de una mesa y elevará las manos
como hacía con los remos para honrar a aquellos
que ya no bajan a tomar el vino.
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