martes, 19 de diciembre de 2023

Dejé de hablar con él cuando su forma empezó a difuminarse entre la niebla, su voz sonaba como a través de un tubo, con repeticiones provocadas por el eco, tan oxidada y húmeda que apenas era ya reconocible aquel rumor de bronce con que sonara en el principio; tal vez las adherencias, las malas compañías con que el azar nos va cargando en cada aniversario; el caso es que al final era su espalda lo único visible, el lado estéril donde cualquiera puede asegurar que está su nombre

 



Podría suceder

que un día claro saliéramos al mar,

tú, experto en remos y en miradas al engañoso rizo de las aguas,

yo, en el banco de popa, como escrutando espacios,

volaríamos bajo, rozando el calendario de la espuma,

la gran ola azul  de Kanawaga con el dedo final del monte Fuji

señalando al cielo,

"amigo mío, la sangre sacudiéndome el corazón,

la tremenda osadía de la rendición de un momento

que una vejez prudente jamás puede retractar,

por esto, y tan sólo por esto, hemos existido",

nadie en su sano juicio podría desmentirnos

una vez dados al mar, nadie hablaría de nosotros

como de esos viejos pescadores que se atreven

a regresar a puerto con la espina desnuda del gran pez

y los cantos rodados de los años tirando de sus pies

igual que el lastre con que se premia a los ahogados

para que vayan a sentarse en la arena del fondo,

lo más lejos posible de la repetición y la nostalgia,

eternamente condenados a escucharse a si mismos.


                                                   (") T.S.Eliot

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