Recuerdo ahora estando lejos
el jardín privado del convento
que al ver abierta la gran puerta
se asomaba fuera con curiosidad,
él disfrutaba austeramente de su cartesiana perfección,
sus laberintos de encofrado boj, de las fuentes
eternamente suspendidas en el éxtasis de sus surtidores
y hasta de las académicas palomas
de arrullo cadencioso y peripatético ambular,
pero nada sabía del alma brava del escaramujo
capaz de practicar el habla universal del viento,
ni del zij zaj errático de las veredas
que abre el ganado hacia los pastos o de la hierba nazarena
inmune a las tijeras de podar,
cómo estáis, preguntaba,
pero nadie cerraba las argollas de su interrogación,
algo saben de sus existencias paralelas pero ignoran
un lenguaje común que las convoque bajo los chopos exteriores,
esos que llenan de un oro coloquial las alamedas
hacia mediados del otoño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario