domingo, 17 de diciembre de 2023

Imita el sílice molido en una playa del Mediterráneo oriental, sobre la franja blanca se dibuja a carbón el entramado solidario de una malla y adornos laterales para que los ojos se acostumbren al vertiginoso empuje del vacío sin perder el equilibrio; ponérselo en el cuello, afrontar el frío o el calor pensando en estación distinta a la que transcurre, porque siempre habrá alguien empeñado en revestir la realidad con modas engañosas



                                                   


                                                Kufiya, kefia, pañuelo palestino

                                          cuida la voz afónica de todo un pueblo 

                                          para que vuelva a oírse en todo el mundo


Está aquí, se escucha un sonido gutural, 

alguien aprieta por la garganta al viento, 

con qué manos se puede proceder así, cómo se ahoga

el más elemental de los sonidos,

el viento viene huyendo del olor podrido de la línea de fuego,

hay momentos en los que aún puede escucharse

la voz del cuervo entre las pausas

dejadas por las continuas explosiones,

se han hundido los templos de hormigón,

su arrastre suena igual que el del escombro

empujado por las excavadoras,

sin embargo su voz se traducía como un himno

lanzado al aire desde las antenas o desde el minarete,

era la llama en la cocina, la lucecita del final del túnel,

ahora este silencio de sordera, dormirse en el estruendo,

confundir tu propia voz con los alardes del deseo, 

regresa el tufo de la esclavitud, el látigo de Nínive,

el pan oscuro de una Babilonia fantasmal,

lo que daría yo por un puñado de arena asilvestrada,

por un trozo de azul sobre la tienda que amparaba

los sueños de mis antepasados,

por el instinto trashumante de mis cabras

ramoneando luna por los altos del Golán,

nada hay tan fiero como el reverso de la historia

cuando es contada por sus propios huérfanos.


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