Kufiya, kefia, pañuelo palestino
cuida la voz afónica de todo un pueblo
para que vuelva a oírse en todo el mundo
Está aquí, se escucha un sonido gutural,
alguien aprieta por la garganta al viento,
con qué manos se puede proceder así, cómo se ahoga
el más elemental de los sonidos,
el viento viene huyendo del olor podrido de la línea de fuego,
hay momentos en los que aún puede escucharse
la voz del cuervo entre las pausas
dejadas por las continuas explosiones,
se han hundido los templos de hormigón,
su arrastre suena igual que el del escombro
empujado por las excavadoras,
sin embargo su voz se traducía como un himno
lanzado al aire desde las antenas o desde el minarete,
era la llama en la cocina, la lucecita del final del túnel,
ahora este silencio de sordera, dormirse en el estruendo,
confundir tu propia voz con los alardes del deseo,
regresa el tufo de la esclavitud, el látigo de Nínive,
el pan oscuro de una Babilonia fantasmal,
lo que daría yo por un puñado de arena asilvestrada,
por un trozo de azul sobre la tienda que amparaba
los sueños de mis antepasados,
por el instinto trashumante de mis cabras
ramoneando luna por los altos del Golán,
nada hay tan fiero como el reverso de la historia
cuando es contada por sus propios huérfanos.
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